Eran trece jóvenes militantes de las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas), en realidad inocentes, fueron detenidas un mes después de terminar la Guerra Civil Española.
El 3 de agosto de 1939 fueron juzgadas, por procedimiento sumarísimo, a puerta cerrada, acusadas de pertenecer a las JSU y de repartir pasquines poco antes de la entrada de las tropas franqui
El 3 de agosto de 1939 fueron juzgadas, por procedimiento sumarísimo, a puerta cerrada, acusadas de pertenecer a las JSU y de repartir pasquines poco antes de la entrada de las tropas franqui
stas en Madrid, en marzo de ese mismo año. En el juicio se les condenó a morir en un plazo de setenta y dos horas; antes
de cumplirse el plazo, el 5 de agosto, fueron fusiladas. Tenían entre 16 y 29 años. En aquellos días la mayoría de edad estaba fijada a los 21 años, siete de las trece eran menores. Desde entonces, se les conoce como las Trece Rosas.
Habían pedido morir junto a otros compañeros que iban a ser fusilados ese día, pero sus verdugos no accedieron a concederles ese último deseo.
Las jóvenes, dando prueba de una serenidad admirable, distribuyeron sus pertenencias entre las reclusas, tuvieron el valor de lavarse y peinarse, se pusieron sus más bonitos vestidos y esperaron con firmeza y sangre fría que vinieran a conducirlas a la capilla. Ya en capilla, les autorizaron a escribir una carta a sus familiares, y cada cual empezó a componer aquel recuerdo que hablaría de la monstruosa injusticia cometida.
Consolaron a las otras reclusas que lloraban, asegurando que se sentían felices de dar su vida por una causa justa. Cuando vinieron sus verdugos las trece salieron gritando: «¡viva la República!».
de cumplirse el plazo, el 5 de agosto, fueron fusiladas. Tenían entre 16 y 29 años. En aquellos días la mayoría de edad estaba fijada a los 21 años, siete de las trece eran menores. Desde entonces, se les conoce como las Trece Rosas.
Habían pedido morir junto a otros compañeros que iban a ser fusilados ese día, pero sus verdugos no accedieron a concederles ese último deseo.
Las jóvenes, dando prueba de una serenidad admirable, distribuyeron sus pertenencias entre las reclusas, tuvieron el valor de lavarse y peinarse, se pusieron sus más bonitos vestidos y esperaron con firmeza y sangre fría que vinieran a conducirlas a la capilla. Ya en capilla, les autorizaron a escribir una carta a sus familiares, y cada cual empezó a componer aquel recuerdo que hablaría de la monstruosa injusticia cometida.
Consolaron a las otras reclusas que lloraban, asegurando que se sentían felices de dar su vida por una causa justa. Cuando vinieron sus verdugos las trece salieron gritando: «¡viva la República!».
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